Por mor del trabajo de mi padre, pasé mi infancia y gran parte de mi juventud dando tumbos de un lado para otro, principalmente dentro de Andalucía pero en alguna ocasión también allende Despeñaperros. Sin embargo cuando llegaban estas fechas nuestro padres preparaban los bártulos para ir a pasar unos días a Los Barrios (1), nuestro pueblo. Una vez llegados yo me solía instalar con mi abuela paterna. Ella vivía en el bajo de una gran casa de dos plantas, en la superior de los cuales había otras dos viviendas habitadas por sendas tías mías con sus respectivas familias. Aquello era una suerte de gran hogar matrilocal (2), donde que yo sepa, jamás hubo el más mínimo problema de convivencia.
En aquellas circunstancias las Navidades, o mejor dicho las Pascuas, se celebraban de una forma muy tradicional y austera, sin ningún tipo de artificio. Sin embargo los recuerdos que me vienen de aquellos tiempos me son sumamente entrañables. Recuerdo, por ejemplo, como mis primos y yo nos sentábamos en torno a nuestra abuela, en su mesa camilla y al amor de un brasero de cisco picón que ella aromatizaba de vez en cuando con semillas de alhucema (o espliego). Allí ella nos contaba mil historias verídicas de la vida en el campo o cuentos tradicionales de la zona, como el de “Juanillo el Oso”, que escuchábamos absortos por enésima vez. Mientras tanto mis tías podían andar atareadas preparando la masa para roscos y pestiños, que más tarde freirían. Y no era raro que entre tanto nos dieran a probar un sorbo de una palomita (anís mezclado con agua) o una uva en aguardiente.
Sí el tiempo lo permitía pasábamos mucha horas en las calle. El fin de año, después de cenar, salía con mis primos e íbamos a la plaza de la Iglesia, donde todo el mundo se reunía para escuchar las doce campanadas, tras cuales “nos aprovechábamos” de la situación de júbilo colectivo reinante para dar los dos besos correspondientes de felicitación a cuantas más niñas mejor. Después, y siendo ya zangones, intentábamos colarnos en alguno de los guateques que la gente joven organizaba en pequeños locales, y a los que pos supuesto nunca nos dejaban de entrar.
Ni que decir tiene que Papá Noel era más extraño que un tuareg en Laponia. Los regalos eran sólo por Reyes y sólo para los niños. Por cierto, recuerdo que a uno de mis primos “le trajeron” un cochecito teledirigido, cuyas evoluciones mi abuela contemplaba con cara de asombro absoluto y diciendo algo así como “¡Ay, ay, ay, Dios bendito, esto como puedes ser!” al comprobar como aquel juguete obedecía a distancia cuando se accionaban los botones del mando.
Finalmente, y para quien no haya tenido nada más provechoso que hacer que leer estas líneas, quiero dejar claro que esto no es un ejercicio de nostalgia, simplemente y aprovechando la fechas, rememoro un poco aquellas Pascuas de antes, tan diferentes a estas Navidades de ahora.
En aquellas circunstancias las Navidades, o mejor dicho las Pascuas, se celebraban de una forma muy tradicional y austera, sin ningún tipo de artificio. Sin embargo los recuerdos que me vienen de aquellos tiempos me son sumamente entrañables. Recuerdo, por ejemplo, como mis primos y yo nos sentábamos en torno a nuestra abuela, en su mesa camilla y al amor de un brasero de cisco picón que ella aromatizaba de vez en cuando con semillas de alhucema (o espliego). Allí ella nos contaba mil historias verídicas de la vida en el campo o cuentos tradicionales de la zona, como el de “Juanillo el Oso”, que escuchábamos absortos por enésima vez. Mientras tanto mis tías podían andar atareadas preparando la masa para roscos y pestiños, que más tarde freirían. Y no era raro que entre tanto nos dieran a probar un sorbo de una palomita (anís mezclado con agua) o una uva en aguardiente.
Sí el tiempo lo permitía pasábamos mucha horas en las calle. El fin de año, después de cenar, salía con mis primos e íbamos a la plaza de la Iglesia, donde todo el mundo se reunía para escuchar las doce campanadas, tras cuales “nos aprovechábamos” de la situación de júbilo colectivo reinante para dar los dos besos correspondientes de felicitación a cuantas más niñas mejor. Después, y siendo ya zangones, intentábamos colarnos en alguno de los guateques que la gente joven organizaba en pequeños locales, y a los que pos supuesto nunca nos dejaban de entrar.
Ni que decir tiene que Papá Noel era más extraño que un tuareg en Laponia. Los regalos eran sólo por Reyes y sólo para los niños. Por cierto, recuerdo que a uno de mis primos “le trajeron” un cochecito teledirigido, cuyas evoluciones mi abuela contemplaba con cara de asombro absoluto y diciendo algo así como “¡Ay, ay, ay, Dios bendito, esto como puedes ser!” al comprobar como aquel juguete obedecía a distancia cuando se accionaban los botones del mando.
Finalmente, y para quien no haya tenido nada más provechoso que hacer que leer estas líneas, quiero dejar claro que esto no es un ejercicio de nostalgia, simplemente y aprovechando la fechas, rememoro un poco aquellas Pascuas de antes, tan diferentes a estas Navidades de ahora.
Felices Pascuas y Próspero 2010
Los Barrios, a las 1:53 h del 24 de diciembre de 2009
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(1) Villa perteneciente a la comarca del Campo de Gibraltar, en la provincia de Cádiz
(2) Cuando las mujeres al casarse permanecen junto o cerca del hogar sus padres, siendo los maridos los que abandonan a los suyos.
Y, además, no hace tanto tiempo que lo que cuentas sucedía realmente no sólo en Los Barrios, sino también en San Roque, por no ir más lejos...
ResponderEliminarSaludos y enhorabuena por el blog, que me lo he encontrado navegando por tus fantàsticas fotos de Flickr
RaMaOrLi