sábado, 6 de febrero de 2010

El viejo ferroviario


Estación ferréa de Los Barrios
Cargado originalmente por McKeyn

Aquel día era el último de esas extrañas vacaciones que se había cogido en enero, tras las Navidades. La mañana se presentaba con un cielo de nubes plomizas que amenazaban agua y pensando en que podía hacer para apurar aquellas últimas horas de asueto, recordó la vieja estación férrea y la también antigua ermita, dos lugares que quería fotografiar desde hacía ya tiempo, pero para los que nunca encontraba un momento. Cogió pues su sencillo equipo de aficionado y en su Ford se dirigió primeramente a aquella vieja estación, donde desde hacía ya tiempo todos los trenes pasaban de largo. Tras escasos diez minutos se encontraba allí, haciendo algunas fotos del andén principal, la fachada y la marquesina, nada que le convenciera especialmente. Siguió deambulando en busca del encuadre adecuado. De una vivienda de ferroviarios que había junto a la estación, salió una señora ya mayor para tender en unos cordeles al aire libre, sostenidos por cañas. Mientras la buena mujer lo miraba, el fotógrafo cruzo las vías hasta alcanzar al andén opuesto. Una vez allí lo recorrió en ambos sentidos hasta dar con un punto desde el que obtenía una vista general de los andenes, las vías y el viejo edificio que le gustó, complementada por un cielo de nubes grises adornado de algún tímido retazo añil. Montó la cámara en el trípode a la mínima altura que permitían sus patas, depositó la bolsa en el piso y tiró una serie de fotos a distintas exposiciones. En el ínterin, una de las puertas de la propia estación -todas cerradas hasta ese momento- se entreabrió, asomando brevemente la figura enjuta de un hombre mayor, que observó brevemente al fotógrafo para después cerrar y volver al interior. Empezó a llover, recogió cámara y trípode y decidió dirigirse al coche para emprender camino hacia su siguiente objetivo, con la esperanza de que entretanto escamparía.
Tras un brevísimo trayecto por la autovía, llegó a la ermita, bajó del coche y empezó a recorrer los alrededores, tomando algunas fotos generales. Vio un par de detalles ornamentales que le gustaban por lo que decidió cambiar el 14-42 mm por el 40-150 mm. De repente cayó en la cuenta de que no tenía la bolsa con el resto del equipo: ¡La había olvidado en el andén de la estación! Raudo se dirigió al coche para volver al apeadero, resoplando y cabreado consigo mismo, pero con la esperanza de encontrar la bolsa en el mismo sitió que la dejó, pues apenas pasaba nadie por allí.
Al llegar de nuevo a la estación comprobó que la bolsa ya no estaba. Se dirigió a la vivienda de la señora que había estado tendiendo y que en ese momento salía de nuevo.

- Señora, ¿ha visto usted una bolsa negra sobre el andén?
- Si Señor, la vi antes y estuve por cogerla y guardarla, pero pensé que quizás estuviera usted por los alrededores haciendo más fotos
- ¿En la estación vive un señor, no? –Le preguntó
- Sí, ahí vive “zeñó Juan”, vaya usted y pregúntele, a lo mejor él la ha visto.

Se dirigió a la puerta de la cual un rato antes asomó el hombre mayor y pegó suavemente en los cristales. No aparecía nadie, aunque desde el interior le llegaba el sonido de un televisor encendido. Volvió a pegar un poco más fuerte pero seguía sin aparecer nadie, así que decidió rodear el edificio para ver por la parte trasera. Allí pudo adivinar una figura humana tras los muros no muy altos de un patio. Se dirigió hacia la entrada del mismo y desde el umbral saludo:

- Buenos días

El buen hombre, tapándose la parte inferior de su rostro con un trapo, respondió no con la voz sino más bien con un asentimiento que desprendía amabilidad. El fotógrafo pudo entrever que carecía prácticamente de mandíbula inferior, producto quizás de un accidente o de alguna enfermedad. De ahí que ocultara esa parte de su anatomía y que apenas pudiera emitir palabra.

- Caballero, ¿ha visto usted una bolsa negra sobre el andén? –le preguntó

El anciano asintió con la cabeza y le hizo un gesto con el brazo invitándome a pasar al interior de su casa. Entró, pasando primero por la cocina para acto seguido llegar una sala de estar, sobre cuyo sofá estaba la dichosa bolsa. Observó fugazmente aquellas estancias antiguas, en semipenumbra, y pensó que allí el tiempo se había detenido, que probablemente todo estaba igual que hacía cuarenta o cincuenta años. Tomó la bolsa, respiró aliviado al ver que estaba todo el material y se dirigió de nuevo a la salida.

- Muchísimas gracias caballero, me ha hecho usted un gran favor. –dijo mirando al buen señor a los ojos- Hasta la vista.

“Zeñó” Juan, asintió de nuevo con la cabeza, con el mismo gesto amable con el que lo había recibido pero siempre ocultando la parte inferior de sus rostro.

Ya de vuelta a casa, y tras el alivio de haber recuperado la integridad de su modesto equipo, el fotógrafo no dejaba de pensar en “Zeñó” Juan. Se imaginaba el tremendo sufrimiento físico y moral que le habría supuesto en su vida la severa mutilación que padecía. No imaginaba como se la apañaría para comer, apenas podía articular palabras con cierta claridad, y lo peor y más doloroso, habría sentido el rechazo y las miradas descaradas de muchos. Pensó que quizás no tuviera ni familia o que la que la que tuviera apenas se acordaría de él. Quien sabía.

Supo que aquel breve encuentro dejaría una huella en él. Aquel viejo de la estación vivía solo y apartado, quizás para evitar miradas hostiles. El destino había sido sin duda muy duro con él, pero tenía la dignidad e integridad propia de las personas que en sus actos cotidianos y sencillos respetan y ayudan a sus semejantes.


El fotógrafo, aficionado por supuesto, no era otro que el suscribe y esta historia sucedió tal cual la he contado.

Muchas Gracias “Zeñó” Juan, de corazón le deseo paz para el resto de sus días.

1 comentario:

  1. Algunos más como el Zeñó Juan harían falta... en este pais de cabrones, pelotas y enchufaos...

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