Querida Tita Paca:
Los ríos de lágrimas por ti vertidos se agotan sin que apenas alcancen a desahogar la inmensa angustia de tu infortunada e injusta pérdida. Es imposible el alivio, pues el mazazo de no verte más ha fulminado en un instante cualquier defensa, por alta y gruesa que fuera.
Sin embargo llegará el día en que logremos ponernos en pie y, con los ojos aun vidriosos, levantemos la vista al cielo para alcanzar ver el tintineo de alguna remota estrella, quizás ya apagada, cuyo vívido brillo sigue luciendo a través de los tiempos. Entonces entenderemos que, aun bajo el plomo de tu ausencia, la luz que esparciste en vida seguirá vibrando en cada uno de los que la recibimos, llenando estancias vacías y aliviando con su calidez el dolor de las heridas viejas.
Demos gracias a la vida por la impagable fortuna de haberte tenido cerca, por haber sido beneficiarios de tu inmensa bondad, de tu inagotable generosidad, porque siempre fuiste un puntal inquebrantable cuando más oscura era la tormenta.
A tus hijos (mis primos) y tus hermanas (mis tías) ya solo se me ocurre decirles que es mil veces preferible llorar sin consuelo tu inmensa pérdida a no haber tenido la suerte de compartir la vida contigo.
Descansa en paz
Tu sobrino Juan Francisco